

En Cameros, a 1.200 metros de altura, el silencio solo se rompe con el sonido de las cabras. Allí, entre roca y viento, Alicia y Matías hacen queso como antes, pero con la mirada puesta en el futuro. Dejaron Barcelona hace casi veinte años y, en 2018, decidieron empezar de cero. Querían rescatar un oficio que en su valle se estaba perdiendo: el queso camerano de cabra.
Hoy Matías ordeña a mano cada madrugada y pastorea con las cabras todo el día. Alicia elabora la leche en una quesería aislada, sin cobertura. Todo es artesano: ordeño, elaboración, maduración en cámara natural. Por eso ningún queso es igual. La leche no sabe igual en marzo que en octubre. Venden casi toda su producción directamente, y cada venta es una conversación. Quien compra se lleva la historia de las cabras, del pimentón riojano que cubre uno de sus quesos, del cuajo vegetal que Alicia descubrió en un congreso en Canarias.
Antes de que existiera la quesería, Matías levantó muros de piedra en seco alrededor de la finca. Piedra sobre piedra, a mano, como se hacía antes. Un día, un amigo sobrevoló la zona con un dron y, al ver desde arriba la finca, dijo lo que ellos aún no habían visto: roca, cabras y montaña fundidas en un mismo paisaje. Así nació el nombre: Roca de Cabra.
Ese nombre lo resume todo: el esfuerzo, la tierra, la cabra, la montaña. No es una marca; es su forma de estar en el mundo. Por eso cada queso, ya sea el tradicional semicurado o el que combina miel, flores y cuajo vegetal, habla de ellos dos y del entorno que los rodea. De su empeño por mantener vivas las tradiciones y darles una nueva voz.





