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Estudié Ingeniería y pasé años en movimientos sociales, en colectivos de agroecología y espacios de activismo donde todo era teoría, debate, ganas de cambiar el mundo desde la ciudad. Yo venía de leer sobre ecofeminismo, de estar en movimientos de decrecimiento, de conocer la permacultura casi sin querer. Y de repente todo cobró sentido: transformar esta tierra en algo que tuviera que ver conmigo, con mis valores, con lo que creo que nos toca hacer. La naturaleza siempre ha sido mi lugar.
Llegar a esta finca en 2021 fue como encajar una pieza que llevaba años buscando. Era tierra familiar gestionada en convencional, y transformarla en un proyecto regenerativo fue casi un acto reflejo: la única manera de alinear mi vida con lo que creo. No vine buscando tranquilidad, vine buscando coherencia. Y la encontré. Cada decisión que tomo aquí, cada árbol que crece, es una forma de reafirmar quién soy y por qué elegí este camino.
Estamos en Los Barrios, casi en la punta de Europa, donde el estrecho crea un microclima único: humedad constante, el río Palmón rodeando la finca y el Parque de Los Alcornocales respirando a nuestro lado. No tenemos vecinos en convencional. Es un privilegio.
Aquí el aguacate es solo una parte. Lo que me mueve es demostrar que un cultivo puede ser refugio: cajas nido para rapaces, refugios para murciélagos, eliminación total de venenos. Desde hace un año hacemos muestreos de mariposas nocturnas y ya llevamos 335 especies identificadas, de las 1.200 que hay en toda Cádiz. Es una barbaridad. Esa biodiversidad no es decoración: es la prueba de que la tierra responde cuando la cuidas.
Quiero que esta finca sea ejemplo y punto de encuentro. Un lugar donde la gente de la comarca venga a hacer talleres, a reconectarse, a entender que el territorio no es solo nuestro. Es un ecosistema compartido, y es posible vivir de él sin destruirlo.





