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En Alhaurín el Grande, Málaga, la pandemia de 2020 cambió radicalmente el rumbo de Pascale. Monitora de turismo activo durante años, vio cómo su empresa se paralizaba por completo. La huerta familiar que siempre habían mantenido, un espacio de autoconsumo sin mayores pretensiones, se convirtió en una oportunidad.
Decidió, como ella misma dice, "liarme la manta a la cabeza" y transformar ese pedazo de tierra en un proyecto comercial. Lo que no se imaginaba era el abismo que separa una huerta familiar de una huerta comercial, ecológica y regenerativa.
Huerta del Lugá nació de esa decisión arriesgada, de la convicción de que cultivar no es solo producir alimentos, sino sembrar salud.
Pascale se apoyó en su madre, quien poseía el conocimiento tradicional del huerto familiar, para dar los primeros pasos. Pero pronto descubrió una realidad incómoda: un huerto comercial no funciona con las reglas del autoconsumo. Había que formarse, leer, entender técnicas, repensar toda la estructura. Y sobre todo, había que remodelar completamente la finca para hacerla operativa bajo criterios ecológicos y regenerativos: sin labranza, reponiendo el suelo, respetando los ciclos naturales.
"Un huerto comercial no es lo mismo que uno familiar. No es tan fácil como se ve desde fuera. Tuve que modificar toda la huerta, formarme un poco más, pensar, y hacer todo desde cero para que fuera operativa como cultivo ecológico y regenerativo. He cometido fallos que ahora voy subsanando, pero es durillo. Estoy prácticamente sola ahora, mi hermana me ayudaba al principio, pero por razones personales ya no está. Entonces, a lo que abarque y punto. Lo más duro ya lo hice al principio: remodelar todo." - no confiesa Pascale.
Ese proceso de remodelación, ese "lo más duro", es para Pascale su mayor logro. No los premios, no las menciones, sino haber conseguido transformar un espacio familiar en un proyecto comercial viable sin renunciar a sus principios. Recientemente, ganó un concurso local en Villafranco del Guadalhorce (pedanía de Alhaurín el Grande) a la mejor cesta de productos locales, un reconocimiento que le dio un impulso de motivación. Pero su verdadera satisfacción está en otro lugar.
Huerta del Lugá se encuentra en el Valle del Genal, una zona conocida por sus múltiples microclimas. Lo que crece con exuberancia en una parcela puede fracasar a apenas 500 metros de distancia.
Esta particularidad obliga a Pascale a observar constantemente, a experimentar, a adaptar sus cultivos a las condiciones específicas de su terreno.
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Su estrategia es clara: diversidad. Nada de monocultivos.
"Yo no soy de monocultivo, tengo un popurrí de árboles y hortalizas. Procuro tener lo básico que la gente necesita en casa, pero también productos más complicados de encontrar habitualmente. Dependiendo de la temporada, claro, porque eso te lo va dando el tiempo. No primo el exceso de producción, yo prefiero menos producción y más calidad."
Esta filosofía define todo su trabajo. Pascale no compite con productos importados de otros países. No puede. No quiere. Su apuesta es otra: cultivar salud, no kilos. Y si eso significa ser "un poco más cara", no le importa. Tiene su mercado, conoce a sus clientes, y sabe que lo que ofrece no tiene comparación.
Aunque reconoce estar "más cansada", Pascale se siente "satisfecha y contenta" con su trabajo. Para ella, lo más gratificante no es la venta, ni siquiera el reconocimiento público. Es el ciclo completo: empezar desde la semilla, ver crecer los plantones, replicarlos, y finalmente contemplar cómo todo aquello se convierte en alimento.
Pero hay algo más que la sostiene: la comunicación con sus clientes. Pascale reparte personalmente los pedidos, mantiene un contacto humano cercano que es imposible en modelos comerciales más grandes. Les pregunta qué les gustaría que plantara, les lleva muestras de nuevos cultivos para que prueben, escucha sus sugerencias. Ese vínculo es su combustible emocional.
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Pascale forma parte de la iniciativa local "Alha Boca", un proyecto de Alhaurín el Grande que impulsa la economía local y la agricultura de proximidad. Su consejo para quienes quieran emprender en agricultura ecológica es tajante: "Si no te gusta el campo, mejor ni te metas". La vocación no es negociable.
Como mujer rural, Pascale no ha sentido discriminación. Lo atribuye a su educación: su padre, que solo tuvo hijas, las trató por igual y siempre estuvieron en el campo, usando motosierra, motocultor, desbrozadora. Define a la mujer rural en tres palabras: "Pasión, energía y multitarea."
"La pandemia, pese a su dureza, también abrió puertas. En la tierra encontré lo que el turismo activo ya no me daba: propósito, arraigo y la certeza de que cada semilla plantada es un acto de resistencia y de vida.”
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