Pegando a Gibraltar, rodeada por el Parque Natural de los Alcornocales y el río Palmones, Paola cultiva aguacates ecológicos.
Pero su historia no comienza en el campo, sino en Sevilla, en Ingeniería sin Fronteras, tomando conciencia sobre el sistema agroalimentario y el impacto del capitalismo. Estudió una ingeniería, estuvo inmersa en movimientos de agroecología, ecofeminismo y decrecimiento, y durante años buscó coherencia entre sus valores y su forma de vida.
Cuando llegó a la Finca Vega de la Motilla en 2021 junto a su pareja José Alberto, no solo cambió de profesión: materializó una búsqueda de arraigo, ritmos diferentes y una vida consonante con quien realmente es.
Paola no proviene de una familia de agricultores. Su padre es empresario y compró la finca como inversión. Pero ella, desde pequeña, ha estado conectada con la naturaleza: le gustan los animales, caminar descalza, sentirse en su lugar cuando está en la naturaleza. Esa conexión fue la semilla, pero lo que realmente la trajo hasta aquí fueron los movimientos sociales.
Durante su etapa universitaria participó en Ingeniería sin Fronteras, donde empezó a tomar conciencia sobre la realidad del consumo y las injusticias del sistema alimentario global. De ahí se adentró en la agroecología, el movimiento campesino internacional, la permacultura y el ecofeminismo. Fue descubriendo lo que "se estaba cociendo" y que nunca le habían contado. Buscaba "bajarse del capitalismo", inspirarse en otros valores: el decrecimiento, la buena vida, los ritmos lentos.
"Lo que me ha traído hasta aquí han sido los movimientos sociales. Desde Ingeniería sin Fronteras, tomando conciencia de la realidad del consumo, del estado de las cosas. Ahí te metes con la agroecología, con los movimientos campesinos, luego te enteras de que existe la permacultura, el ecofeminismo. Y al final han sido muchos móviles: quiero volver a mi pueblo, quiero estar en mi territorio, quiero estar cerca de mi familia, quiero una vida que tenga más consonancia con quien soy yo, con los valores que me representan."
Cuando llegaron a la finca, la convirtieron primero en ecológica y luego se sumaron al movimiento regenerativo. No fue casualidad. Paola había estado inmersa en movimientos que van "más allá de lo que dicta la ley de ecológicos". Para ella, la agroecología tiene valores sociales y territoriales que no todo el mundo cumple, aunque tengan el certificado.
Y es ahí donde pone su línea roja. Busca productores del movimiento regenerativo, gente en quien confía, bajo un sistema de garantía participativa más que de certificación formal. Vende productos de otros (almendras, miel, mermeladas) pero solo de personas que comparten esa forma de entender la agricultura.
"Yo pongo una línea muy roja con mis valores, porque la realidad es que con el certificado ecológico te faltan ciertas cosas. Yo, y todos los que estemos en cierto movimiento, nos cerramos ahí: que no, que no, que no. Al final venimos aquí a desarrollar un proyecto de valores también, no solo de producción." - nos explica con firmeza
Uno de los aspectos más destacados del proyecto es el muestreo científico de biodiversidad que se está realizando desde hace un año. Un investigador que desarrolla un proyecto en la provincia de Cádiz eligió la finca como punto de estudio. Los resultados son contundentes: 335 especies de mariposas nocturnas registradas, en una provincia que cuenta con 1.200 especies y un país con 4.000.
Estas cifras no son solo un dato curioso. Las mariposas nocturnas son bioindicadoras: su presencia refleja la diversidad de plantas, la salud del suelo y la ausencia de pesticidas.
Un campo convencional puede parecer verde, pero está ecológicamente muerto. En cambio, en la finca Vega de la Motilla está llenísima de vida, con animales en diferentes estratos de la cadena trófica que conviven con los cultivos.
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"A la gente le da igual la polilla, pero es que para que sepamos la cantidad de seres vivos que están en torno a cualquier producción... Mira un campo de olivos y solo ves olivos, pero si lo hiciéramos bien estaría llenísimo de vida. Hay un montón de animales que están en esa cadena trófica, que viven en consonancia con los cultivos. Nos creemos que el territorio es solo para nosotros, pero está compartido, y es posible demostrarlo: podemos producir, vivir una vida digna y no cargarnos todo lo que hay alrededor."
La finca está ubicada en una zona privilegiada: atravesada por el río Palmones, rodeada por el Parque Natural de los Alcornocales, sin vecinos con agricultura convencional.
Este aislamiento relativo no es solo una ventaja ecológica, es también una responsabilidad.
El sueño de Paola va más allá de producir aguacates. Quiere que Vega de la Motilla sea un proyecto piloto, una referencia que anime a otras fincas a cambiar su forma de cultivar. Quiere que la gente de la comarca (Algeciras, La Línea y alrededores) entienda la finca como un lugar compartido, como una mejora para su territorio, no solo como un espacio privado de producción.
Por eso está trabajando en ampliar las actividades hacia talleres, bienestar y, especialmente, educación ambiental. La idea es que la finca se convierta en un espacio pedagógico donde la gente pueda aprender sobre agricultura regenerativa, biodiversidad y consumo responsable. Que puedan ver con sus propios ojos que otro modelo es posible.
También está intentando conseguir licencias para hacer un estanque que recoja agua de lluvia y filtre agua de corriente, con el objetivo de traer más fauna y flora acuática.
"Para mí, el mayor logro no es solo producir aguacates ecológicos, sino demostrar que es posible hacer una agricultura productiva y económicamente viable, sin destruir el ecosistema."
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