María y András se besaron, como la dama y el vagabundo, al final de un espaguetti en un restaurante en la mismísima Italia. Allí se habían conocido, sí, pero allí no están, ni han estado, hasta que el mundo les ha puesto en un pequeño pueblo de los valles pasiegos. Por sí mismos ya habían dado muchas vueltas, pues ella es salmantina y él Húngaro, pero fue durante su estancia juntos en Londres que decidieron que no querían más ciudad y que su vida tenía que estar más cerca del monte, del campo, de los alimentos. Inspirados por una pequeña parcela que usaban de huerto en la capital británica, en West Drayton, muy a las afueras, decidieron, no sin la duda de ir a Hungría o a España, moverse a Cantabria y fundar Tarruco, su proyecto de huerta ecológica donde producen verduras, frutas, hortalizas y, desde hace poco, flores.
De hecho, las flores, es en la línea de negocio donde más está trabajando ahora María. Tanto que, muchas veces, cuando se levanta con ganas de dedicarse a otra cosa, sueña con pasar un tiempo aprendiendo en una floristería para volver a su parcela, mejorar el cultivo, y hacer mejores preparaciones florales que ahora compran los vecinos junto a las lechugas o los restaurantes cuando encargan kilos de verdura.
Y es que, a pesar de que no paran de subir los costes, y resentirse las ventas, María y András están comprometidos con su estilo de vida, que también inculcan a sus pequeños, y con la importancia que tiene el impacto de la agricultura ecológica en el futuro de nuestros territorios.
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