

Soy Pascual y La Huerta del Lugá es mi vida. Esta pequeña explotación familiar ecológica nació del campo donde crecí, viendo a mi madre cultivar nuestra huerta, aprendiendo que trabajar la tierra no entiende de género: aquí lo mismo coges la motosierra que el motocultivador. Mi padre solo tuvo hijas y nos trató a todas por igual, enseñándonos que en el campo lo que cuenta es la pasión y las ganas de trabajar.
Cuando llegó la pandemia, mi vida dio un giro. Yo me dedicaba al turismo activo, pero de repente todo se paró. Fue entonces cuando me lié la manta a la cabeza y decidí transformar nuestra pequeña huerta familiar en un proyecto comercial. Lo que no sabía es dónde me metía, pero sí sabía lo que quería: hacer llegar productos frescos y ecológicos directamente de la huerta a casa de mis clientes, sin intermediarios y a un precio justo para todos.
Estoy en Alhaurín el Grande, Málaga, en pleno Valle del Guadalhorce. Esta zona tiene algo mágico: pequeños microclimas que hacen que lo que a mí se me da de maravilla, a quinientos metros puede ser totalmente diferente. Es una tierra generosa cuando la entiendes y la respetas.
No soy de monocultivo. Aquí tenemos un popurrí de vida: cítricos, aguacates, granados, limones y frutales diversos conviven con hortalizas de temporada que cuido desde la semilla. Me gusta cultivar lo diferente, lo que no encuentras fácilmente: berenjenas blancas, la cornicauda, pepinos alficog... Prefiero menos producción y más calidad. Siempre.
Trabajo la tierra con conciencia ambiental: uso racional del agua, entrega en municipios cercanos para evitar desplazamientos innecesarios, regeneración constante del suelo y creación de ambientes naturales para la fauna autóctona que mantiene el equilibrio en nuestros cultivos. Aquí no hay prisas, no labro, respeto los ritmos naturales. Lo que cultivo es salud.
Al principio todo era ilusión y aprendizaje junto a mi madre, cuyos buenos consejos siguen siendo mi brújula. Pero pronto descubrí que un huerto familiar y uno comercial ecológico son mundos completamente distintos. Tuve que formarme, leer, transformar todo el terreno, cometer errores y aprender de ellos. Nada de esto sería posible sin el trabajo en conjunto de la familia.
Hubo momentos duros. A principios de este año estuve a punto de tirar la toalla cuando perdí todo el trabajo de dos años por un fallo en el ordenador. Pero me dije: "Has llegado hasta aquí, has hecho lo más duro que es transformar todo esto. Ahora no puedes parar".
Y seguí. Porque cuando plantas una semilla, la ves germinar, crecer, convertirse en alimento... esa satisfacción no tiene precio. Y cuando tus clientes te dicen "Por favor, Pascale, no nos dejes", sabes que todo tiene sentido.
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