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Economista trabajando en Dubái. Profesional de seguros y finanzas. Maestra. Diseñadora de interiores. Ingeniera.
¿Qué tienen en común estas mujeres? Que un día decidieron dejarlo todo y apostar por el campo.
Hay historias que merecen ser contadas. Historias de mujeres que un día decidieron cambiar el ruido de la ciudad por el silencio de los surcos, el escritorio por la tierra, la oficina por el campo abierto. Historias de valentía, de resiliencia, de apostar por una forma de vida que muchos consideran en extinción.
Con motivo del Día Internacional de la Mujer Rural, queremos dar voz y visibilidad a diez productoras excepcionales que están redefiniendo lo que significa ser mujer, ser rural y ser emprendedora en el siglo XXI. Mujeres que cada día demuestran su capacidad de adaptación, su fortaleza ante la adversidad y su determinación por cultivar no solo alimentos, sino también un futuro más sostenible y consciente.
Lo primero que sorprende al escuchar estas historias es la diversidad de orígenes. Economistas que trabajaban en el extranjero. Profesionales de seguros y finanzas. Maestras. Diseñadoras de interiores. Ingenieras. Mujeres con carreras consolidadas en sectores completamente ajenos a la agricultura.
Ninguna de ellas nació destinada al campo. Todas tenían carreras, trabajos estables, vidas "normales". Pero algo no encajaba.
Buscaban algo más que un sueldo a fin de mes. Querían trabajos que las hicieran sentir "satisfechas, motivadas" y que estuvieran "aportando algo a los demás". Querían coherencia entre lo que pensaban y lo que hacían. Querían levantarse cada mañana con un propósito que tuviera sentido.
Y lo encontraron en la tierra.

Una de ellas lo resume así: "conseguir que tu trabajo sea coherente con tu forma de pensar y te haga sentirte satisfecha". Eso es lo que buscaban. Eso es lo que encontraron.
Pero la realidad del campo les golpeó duro. Porque emprender en la agricultura, ganadería o transformación no es plantar cuatro tomates, cuidar treinta vacas o hacer unas mermeladas y vivir de la venta. Es mucho más complejo, más duro y más solitario de lo que nadie imagina desde fuera.
"Saber de todo", explica una de ellas. "Tanto te toca arreglar un tractor, como ir a tienda, como hacer una factura, como plantar". Son empresarias completas que han tenido que aprender sobre marketing, contabilidad, facturación, gestión de pedidos, atención al cliente, logística, administración... y también sobre plagas, climatología, suelos, plantas y animales.
El emprendimiento fue un "golpe de realidad bastante crudo". No basta con saber cultivar. Hay que saber vender. Hay que saber sobrevivir económicamente. Hay que aguantar granizadas que destruyen en una noche el trabajo de meses. Hay que salir adelante con plagas y enfermedades que ponen en jaque todo de la noche a la mañana. Hay que lidiar con una burocracia cada vez más asfixiante. Hay que enfrentarse a la incertidumbre constante de no saber si podrás vender lo que produces, a quién y a qué precio.
Y además, hay que hacerlo siendo mujer en un sector profundamente marcado por una masculinidad que, muchas veces, no pone las cosas fáciles.
Todas, sin excepción, han tenido que enfrentarse a la realidad de ser mujeres jóvenes en un sector profundamente marcado por un mayor respeto hacia la figura masculina que a la femenina. Los obstáculos no siempre son explícitos, pero están ahí, constantes, desgastantes, invisibles pero tangibles.
El sector agrícola es "bastante masculino", y muchas reconocen que si estaban con sus parejas, la gente "siempre se dirigía a ellos, siempre, de primeras". Han escuchado frases como "sí, sí, ya hablaré con tu padre o con tu marido" cuando van a comprar insumos, teniendo que responder: "no, habla conmigo, que te voy a pagar yo".
Una de ellas lo resume perfectamente: "No te toman en serio, sencillamente, al principio". Han tenido que escuchar comentarios condescendientes sobre sus manos poco curtidas, o sus limitaciones físicas frente a los hombres cuando, en la mayoría de casos y trabajos en el sector, las mujeres pueden hacer tanto o más que los hombres.
Quizás una de las cuestiones más reveladoras que han surgido de este trabajo de investigación con mujeres rurales es la siguiente reflexión que hacía en voz alta una de ellas: un hombre "nace con eso ya" (el respeto), mientras que una mujer tiene que "ganar ese respeto" con trabajo y resultados.
Ser mujer rural significa "fortaleza, porque al final, tienes más que demostrar que los demás, por desgracia".
Pero lejos de desanimarlas, esto las ha hecho más fuertes. Más resilientes. Más determinadas.
A pesar de todo, estas mujeres no cambiarían su decisión por nada del mundo.
Porque han encontrado algo que vale más que la estabilidad laboral o un sueldo fijo: coherencia. Trabajan según sus valores. Cuidan la tierra en lugar de explotarla. Cultivan salud para sus clientes. Mantienen vivas tradiciones que estaban desapareciendo. Generan empleo en el sector rural. Educan a las nuevas generaciones sobre la importancia de una alimentación más sostenible y más saludable.
El campo les ha permitido conciliar el trabajo con la vida personal de una manera difícil de emular en la ciudad. Reducir el consumo superfluo. Vivir más despacio. Pasar más tiempo con sus familias. Estar cerca de la naturaleza. "Estar más conectadas con la vida".
Y han construido algo hermoso: redes de confianza con sus clientes. Relaciones verdaderas de apoyo mutuo. Comunidades que las sostienen incluso en los momentos más difíciles. Personas que les dicen: "por favor, no nos dejes, que nos ha costado mucho trabajo encontrarte".
Eso es lo que las mantiene en pie cuando las cosas se ponen difíciles.
En los próximos artículos, conocerás a estas mujeres. Una a una. Con nombres, apellidos y proyectos únicos.
Descubrirás cómo una economista terminó cultivando arándanos extra-tardíos en un valle asturiano bañado por ríos de la Red Natura 2000. Cómo dos hermanas recuperaron las huertas de sus abuelos y crearon un aula didáctica que inspira a cientos de niños. Cómo una pareja de neorrurales rescató un olivar abandonado y demostró que se puede vivir dignamente de la venta directa. Cómo una monitora de turismo activo transformó su huerta familiar en un proyecto comercial durante la pandemia.
Y muchas más historias. Cada una diferente. Cada una inspiradora. Cada una necesaria.
Porque estas mujeres no solo están cultivando alimentos. Están cultivando futuro.
Están demostrando que otra forma de vivir, de producir y de consumir es posible.
Y merecen ser escuchadas.


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